
Una entrega de ensueño hasta Hawái
Un traslado inolvidable a bordo de un Hanse 458
Tor Johnson es un navegante de los pies a la cabeza que vive y trabaja en Hawái. La mejor manera de disfrutar de este archipiélago, al que Tor considera su hogar, es a bordo de un yate de vela. Cuando Michael, su amigo y cliente, le llamó desde San Diego (California) para pedirle que pusiera en práctica su pericia como capitán y le llevara su nuevo yate hasta Hawái, simplemente no puedo negarse. Y es que Tor ha crecido surcando las aguas de medio mundo y actualmente, cuando no está demasiado ocupado con su verdadero trabajo como fotógrafo, suele ponerse al timón de nuevos yates para entregárselos a sus futuros propietarios.
Preparación del yate para surcar el Pacífico
En San Diego, a Tor le esperaba un Hanse 458 prácticamente nuevo: el Yo-Lyla. El yate nunca había salido a alta mar, así que era necesario prepararlo muy bien para su primera gran travesía por el Pacífico norte rumbo a Maui. Para Tor no era su primer viaje marítimo de larga distancia, así que el proceso de acondicionar el velero con equipos de seguridad, ropa de cama, cajas de almacenamiento y alimentos no le supuso ninguna dificultad. En un abrir y cerrar de ojos, los espacios de almacenamiento del 458 ya contaban con existencia suficientes, incluso para hacer frente a inclemencias meteorológicas, y cada nueva adquisición encontró su lugar ideal a bordo: las manzanas frescas, por ejemplo, acabaron en un sitio privilegiado con vistas al océano ante las amplias ventanas del salón.
La prueba de mar final para realizar la última inspección del yate de vela
Con el fin de estar lo mejor preparado posible para la larga travesía de dos semanas, Tor reclutó a tres tripulantes más para que le acompañaran en esta aventura: Tracy, un veterano de la Marina estadounidense, Donna, una navegante con una dilatada experiencia, y Lydia, una novata en esto de la navegación. El equipo se unió a Tor con gran entusiasmo por emprender la travesía. Sin embargo, antes de zarpar definitivamente, la nueva tripulación izó velas para realizar una prueba de mar en Point Loma (California). Conocer la embarcación en la que se navega es esencial para poder estar preparado ante cualquier imprevisto. Tor y su tripulación comprobaron todo el aparejo, el timón, el motor y los herrajes al completo para saber bien qué hacer en caso de tormenta o por la noche. De este modo, se eliminó cualquier punto de roce en el aparejo antes de la travesía hasta Hawái. También aprovecharon para detectar la aparición de mareos entre la tripulación. Los primeros hematomas no tardaron en aparecer, aunque son gajes del oficio hasta que todos a bordo se acostumbran al movimiento y logran «andar con pies de mar».
Las tareas del capitán
«Después, nos aclimatamos al ritmo de la vida en el mar y nos fuimos encargando de las numerosas cosas que había que hacer», afirma Tor. Un elaborado plan de vigilancia ayudó a que todos los tripulantes estuvieran ocupados y le permitió a Tor tener todo bajo control, como era su labor como capitán: supervisar todo lo que ocurría a bordo, estando siempre alerta y disponible ante cualquier problema que pudiera surgir.
La vida a bordo
Durante los 16 días que tardaron en avistar la primera isla hawaiana de Maui tuvieron ocasión de darse rápidos chapuzones en el océano, siempre que el tiempo lo permitía, y también se entretuvieron construyendo prácticos equipos para mantener las cosas en su sitio. El Yo-Lyla nunca había sido un yate de alta mar. Pero Tor, recurriendo únicamente al equipamiento que tenía a mano (como cabos, cintas de goma y cuerdas elásticas), ideó prácticas invenciones para evitar que las tazas de café salieran volando de la mesa y para que su tripulación tuviera más opciones de agarre durante los temporales. Tracy siguió su ejemplo y aseguró un cubo con cabos y bridas de plástico para que resistiera las olas y el viento. A pesar de estar surcando el gran oleaje del Pacífico, Lydia se las apañó para hornear pan a bordo, utilizando el amplio blanco de la bañera como encimera para el amasado. El capitán y su tripulación pescaban en función del pescado que iban a comer. Además, Tor vivió una experiencia de lo más interesante pescando a más de 1000 millas (unos 1609 km) de la costa: un dorado de considerable tamaño saltó de entre las olas y mordió su cebo. Las comidas y cenas de los días siguientes estaban aseguradas. El menú también incluyó el plato favorito de Tor: Poisson Cru, una especialidad tradicional tahitiana a base de pescado marinado en zumo de lima y servido con verduras y leche de coco.
Alerta en todo momento
Pero, por supuesto, entregar un yate surcando el océano no es coser y cantar (y pescar). Tor estuvo vigilante desde el principio cuando se acercaron a Cortes Bank, un arrecife poco profundo situado a solo 100 millas (unos 161 km) de la costa californiana, donde las olas gigantes han puesto fin a numerosas travesías marítimas, incluso en días de calma absoluta. El spinnaker requiere de una supervisión constante. Al estar unido a la embarcación solo por las esquinas, toda la tripulación ha de estar atenta ante cualquier problema que pueda surgir para poder solucionarlo de inmediato.
Llegada a O’ahu
Tras casi 2500 millas náuticas, avistaron las primeras cumbres de la isla hawaiana de Maui. Al atracar en O’ahu, bajo la silueta icónica del Diamond Head, esta memorable travesía por el Pacífico norte llegaba a su fin. Kyoko, la mujer de Tor, les recibió con collares de flores para todos. Michael, el propietario, y su mujer también les dieron la bienvenida con botellas de champán. El capitán y su tripulación estaban eufóricos después de 16 días en el mar.
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